Y así fue. Alicia creció hasta alcanzar los dos metros y medio de altura. Rápidamente cogió la llave e intentó acceder al jardín, pero era tan grande que no cabía por la puerta y se puso a llorar. Al poco, el Conejo Blanco apareció y del susto tras ver a semejante personaje en el cuarto, dejó caer el abanico que llevaba en su chaleco y se esfumó. Alicia siguió lloriqueando y abanicándose, hasta darse cuenta de que al azotar el abanico estaba haciéndose más y más pequeña hasta quedar casi ahogada en sus propias lágrimas. Nadó en el charco y se encontró con un ratón que la llevó hasta la orilla donde también estaban un Dodo, un Aguilucho, un Loro y un Pato.
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